Intervalos Acotados

Tenemos las casas que habitamos -construcciones físicas, cimentadas en lo concreto de un lugar- y las casas que nos habitan -construcciones virtuales del cerebro.
Ese espacio de dimensiones siempre finitas – de mayor grado de finitud que las posibilidades del sujeto – ha devenido parte consustancial de nuestra identidad.
Lo que somos o lo que queremos ser, lo que tenemos y lo que aspiramos a tener, lo que sabemos y lo que desconocemos se vuelve signo expresivo en las limitadas dimensiones del espacio que habitamos.
La vivienda parece haber sido siempre un referente de la identidad personal, pero es a lo largo del siglo XX, con la aparición de la imprenta, cuando la revolución burguesa abre las puertas de su casa al mundo. La casa es indicativa de la expresión de la personalidad y del lugar que se ocupa en la escala social, pasa a ser un muestrario, un escaparate de moda y de signos de consumo.
No me interesa el reencuentro con la casa familiar sino la transformación en la acepción y nuevas connotaciones que ha adquirido, hacia la ruptura entre lo público y lo privado, que posibilita la intromisión del afuera en el adentro de cada cual y que hace de lo propio un espacio trivializable.
La casa nos establece límites intangibles que nos hacen percibir la espacialidad del exterior de forma subordinada y los límites tangibles/físicos que nos aprisionan en cuanto a la pretensión de subordinar nuestra espacialidad a nuestra identidad.